Paseando un día entre la vegetación del Jardín del Recuerdo, fijé mi vista en un hermoso árbol. Desde lo lejos sentí su llamada. Conforme me iba acercando, notaba la conexión que entre ambos estaba surgiendo, mientras mecía sus ramas al son de la brisa.
Tras abandonar el lugar y pasados unos días, no pude dejar de preguntar e interesarme por él. Me informaron que se trataba de un viejo ciprés arizónica, de los más antiguos del lugar.
Pasaba los días y no me quitaba de la cabeza la llamada de ese árbol. Es como si me hablase y me dijese que era para mí.
Me gustaba pasear bajo sus ramas, cuyos frutos me recordaban a ese virus maldito que nos tiene hoy tan aterrados.
Días después sentí la necesidad de tenerlo para mí. Yo no podía esperar más… y él me esperaba a mí. Sin embargo, me daba cierto respeto formalizar su contratación para adquirirlo, pues no sé por qué el hacerlo es como si temiera que algo fuese a ocurrir y lo necesitase para que alguien de mi familia fuese a ocupar un lugar junto a él… o incluso yo.
Dejando atrás esos primeros temores, me decidí a adquirirlo.
Hoy en día, mi entorno me oye atónito cómo hablo de él y de esta forma tan curiosa de hablar de la muerte.
Mi árbol será mi lugar de reposo y el de los que yo quiero que estén.
Programamos nuestra vida… y ¿por qué no nuestro lugar de eterno descanso?. Y es que no hay que tener que esperar al último momento para elegir nuestro último reposo.
En el Jardín del Recuerdo confluyen la vida la muerte, el aire, el agua, la tierra… y los árboles. Me da paz sentarme bajo su sombra, oyendo el cantar de los pájaros, el sentir del viento susurrando en sus ramas… Mi árbol tiene vida, la que albergará cuando yo ya no la tenga…
Escrito por Lidia Torres. Parcemasa.
Exquisita sensibilidad para hablar de un ser vivo q se hace recuerdo en un jardín de sueños.
Enhorabuena